En un mundo sacudido por la violencia, la brutalidad, la competencia despiadada y el terrorismo, se torna más que difícil predicar sobre las virtudes de la compasión.
Sin embargo, el Dalai Lama entre otros grandes moralistas de nuestro tiempo, advierte que “El problema humano básico es la falta de compasión. Mientras este problema subsista, subsistirán los demás problemas. Si se resuelve, podemos esperar días más felices” y agrega que las decisiones que se adopten hoy tendrán consecuencias de largo alcance para la humanidad. Para Daniel Goleman, el gran experto de la inteligencia emocional, la compasión es un remedio universal para el atolladero del mundo moderno.
Pero ¿qué es la compasión? La compasión o “rajmanut” en su sentido bíblico, va mucho más allá de un sentimiento piadoso hacia el sufrimiento del prójimo. Se basa, en efecto, en un sentimiento, pero involucra siempre una acción; se trata más bien de un verbo, que se manifiesta en actos proactivos de asistencia, tanto material como emocional; es una espiritualidad que se refleja en una praxis. Decía el rabí Israel de Salant (s. 19): “Las necesidades materiales de los demás son mis necesidades espirituales”.
Es realmente notable cómo las enseñanzas milenarias de las tradiciones religiosas respecto a los beneficios del comportamiento compasivo están siendo validadas por la ciencia contemporánea.
Según las investigaciones más recientes en neurociencias, la compasión es una respuesta natural y automática que ha asegurado nuestra supervivencia. Ello se ha debido a sus enormes beneficios para la salud física y mental y el bienestar general. Conectarse con otros de una manera significativa nos ayuda a disfrutar de una mejor salud mental y física y promueve la resiliencia, o sea, la capacidad de recuperación después de situaciones adversas, pudiendo incluso alargar nuestra vida útil.
La razón de que un estilo de vida solidario conduce a un mayor bienestar psicológico puede explicarse por el hecho de que, créase o no, el acto de dar parece ser tan placentero, si no más, que el acto de recibir. Los “centros de placer” en el cerebro, es decir, las partes del cerebro que son activas cuando experimentamos el placer (como un postre, por ejemplo), son tan activos cuando observamos a alguien contribuyendo materialmente que cuando nosotros mismos somos los recipientes de la ayuda. Dar a otros aumenta incluso el bienestar por encima de lo que experimentamos cuando gastamos dinero en nosotros mismos. Otra razón por la cual la compasión puede incrementar nuestro sentido de satisfacción es ampliando nuestra visión más allá de nosotros mismos, una esa preocupación por “yo, yo, yo”. Ese hacer algo positivo en favor de otro ayuda a mirar hacia afuera en vez de tener al ombligo propio como único horizonte.
“La compasión es el resultado último y más noble de la empatía”, escribe Piero Ferrucci. El lema es: Lo que es tuyo –tu sufrimiento, tus problemas– también son míos. Si tú eres feliz, yo lo seré también, y de ese modo podemos vibrar al unísono”.
Daniel Kripper
Autor de “Vivir con Mayúscula”