¿Es perfeccionismo, es una virtud o una patología?
Depende.
Así como hay un colesterol malo y un colesterol bueno, también existe un perfeccionismo negativo, tóxico, y otro que es favorable y propicio.
El perfeccionismo positivo o “normal” se aplica a quienes disfrutan con el esfuerzo, adoptan patrones realistas y se adaptan cuando los mismos no se concretan. Es lo que motiva a atletas a practicar ad infinitum para superar la marca, a artistas para alcanzar niveles superiores de excelencia en su arte, o a científicos para repetir el experimento una y otra vez en búsqueda de una nueva droga.
Por otra parte, es conocido el refrán que “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Es un hecho que mucha gente, y yo me incluyo en la lista, vive hoy en día bajo lo que se ha denominado” la tiranía de la perfección”, alentada y promovida hasta el cansancio por la cultura y la publicidad de los medios, la radio y la TV. El problema no es solo que los estándares son demasiado altos, sino que son externos a la persona que trata de realizarlos, no emanan de su ser genuino.
El perfeccionismo negativo se refleja en personas quienes tienen como idea fija que todo debe ser impecable, sin fallas. Son, por ejemplo, los alumnos que no admiten una nota inferior a 10, o personas que esperan relaciones de pareja ideales, o que anhelan cuerpos apolíneos, esculturales. Menos que eso es vivido con un dejo de frustración y sensación de fracaso. Al no alcanzar su meta, que es en sí inalcanzable, se abaten y se desaniman, postergando a veces indefinidamente la tarea. Es un perfeccionismo que paraliza al imponerse metas rígidas e irrealistas. “El perfeccionismo es una muerte lenta”, escribe Hugh Prather.
Es sabido que hay un déficit de autoestima e inseguridad en la raíz de esta disposición, que conduce a menudo a estados de ansiedad y depresión. Según los investigadores, factores de orden cultural, exigencias sociales, presión parental, etc. influyen en su formación.
Estos perfeccionistas están dispuestos a pagar cualquier precio para evitar ser criticados, atacados, juzgados. Viven invariablemente atentos al elogio y a no decepcionar a otros. Y así se genera un círculo vicioso, pues para protegerse de una posible crítica tratan con más empeño en aparecer como perfectos.
Esta constante demanda de lo perfecto tanto en uno mismo como en otros, es una ilusión creada por el ego. Se trata obviamente de un juego imposible de ganar, ya que somos en esencia seres imperfectos, ¡y eso es maravillosamente perfecto! Ello hace que la vida sea una aventura interesante, y que busquemos corregirnos y superarnos en todas las facetas de la vida. Es justamente a través de errores que podemos aprender y mejorar. Como dice Mario Benedetti: “La perfección es una pulida colección de errores”.
La Biblia misma es una ilustración de ello: en vano buscaremos allí modelos de rol perfectos, intachables. Sus héroes no están siempre a la altura, más allá del bien y del mal. Por el contrario, ellos adolecen de defectos y debilidades que los muestran como humanos, con quienes nos podemos identificar. Para parafrasear a Harold Kushner, “Si Dios amaría solo a personas perfectas, Él estaría muy solo por cierto”.
Según la Kabalá, a pesar de sus puntos débiles, cada ser humano está intrínsecamente dotado, por impronta divina, de dignidad y nobleza; por lo tanto, está llamado no a ser perfecto sino a una vida de grandeza y auto-realización.
El desafío consiste en aceptar nuestras imperfecciones y limitaciones como parte de nosotros mismos y liberarnos así de la trampa del perfeccionismo tóxico; solo así podremos gozar de lo que hacemos sin importar el resultado. La meta no es intentar ser el mejor sino ser mejor cada día, y disfrutar el momento con paz y alegría.
Daniel Kripper
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