Se cuenta que un rabino militar en Israel se separó de la base en donde servía, y se aproximó de una colina para contemplar extasiado el panorama del desierto de Judá. Al rato apareció un soldado de su unidad en un jeep y pensando que el rabino se había extraviado, le dijo: rabino, ¿lo han dejado solo? A lo cual el rabino le respondió: estoy solo pero no perdido…

Hoy en día mucha gente confunde soledad con sentirse solo. Y sin embargo hay un mundo de diferencia entre ambas condiciones. El primero es un hecho objetivo, estar solo es estar sin compañía, mientras que sentirse solo es un estado emocional, sentirse desconectado, disgregado, una sensación de abandono y tristeza.

En un mundo tan avanzado en medios de comunicación, en donde parecería que estamos “híper-conectados”, a través de las redes de comunicación sociales, Facebook, Instagram, WhatsApp, Skype, etc. Sin embargo, los estudios empíricos en occidente señalan un fenómeno opuesto, menos comunicación real, menor contacto y aumento de depresión y melancolía.  Multitudes de seres humanos transitan por la vida en medio de lo que el sociólogo norteamericano David Riesman denominó años atrás la “muchedumbre solitaria”.

Paradójicamente parece entonces que existe una epidemia de soledad a pesar de estar rodeados de gente y contactos.

Como alguien que comentó jocosamente: “tengo tantos amigos en Facebook, y sin embargo ninguno me saluda cuando cruzo la calle” … Sin duda nada puede reemplazar las expresiones de afecto como un apretón de manos o un abrazo. Eso es lo que nos hace humanos, la capacidad de sentir y relacionarnos en un vínculo “yo y tú” en los términos de Martín Buber.

Es indudable que la necesidad de conexión interpersonal forma parte de nuestra naturaleza, de nuestro ADN. Ya lo expresa la Biblia cuando a raíz de la creación del primer ser humano en el Génesis, sugiere que “no es bueno para el hombre estar solo”. La palabra “bueno” no se refiere a una categoría ética o moral, bueno versus malo, sino a una condición existencial.

El ser humano es un ser social sostenía Rousseau, y desde que nacemos dependemos de otros para ampararnos y cuidarnos.

La experiencia comprueba que es virtualmente imposible sobrevivir en una isla, necesitamos del “otro” para sostenernos y realizar todo nuestro potencial. La relación con otros crea lazos de unión que ayudan a realizar la dimensión de lo “bueno “en la vida, que es el sentido de completud implícito en la palabra טוב “tov” en la Torá.

La Psicología Positiva ha ahondado en esta correlación entre felicidad personal y la sensación de estar conectado con familiares y amigos.

También la investigación científica ha demostrado que pasar demasiado tiempo en soledad tiene efectos fisiológicos negativos ya que produce una respuesta inmune menos eficaz que quien no la sufre. La soledad se convierte así en una costumbre de la cual es difícil salir.

Pero por otro lado la soledad no implica convertirse en un ser solitario.

El judaísmo ha predicado desde siempre la importancia de vivir en sociedad, y su mensaje ha sido que vivir es con-vivir. A diferencia de otras religiones, la figura del asceta o ermitaño nunca ha sido contemplada como ideal.

“No te sientas solo, el Universo entero está dentro de ti”
Rumi

Pero vale decir también una palabra en elogio de la soledad y sobre sus potenciales beneficios.

La soledad ocasional puede convertirse en una bendición, como una oportunidad para estar con uno mismo y disfrutar momentos de paz y quietud “lejos del mundanal ruido”.

En este caso se trata de una soledad por elección, y no como carga impuesta desde afuera.

Se ha dicho que la buena soledad es la que nos aleja de las malas compañías

Me horrorizan las historias de prisioneros en cárceles de máxima seguridad, confinados a celdas solitarias por 23 horas cada día. Solo disponen de una hora para ver la luz del día.

Sin entrar en los méritos de la pena, creo que no hay peor castigo que este forzado encierro.

Al respecto hay una enigmática historia, el clásico cuento del escritor norteamericano Edgar Allan Poe llamado El hombre de la multitud, (The Man of the Crowd), el nombre original en inglés).

En el cuento un narrador sin nombre persigue por simple curiosidad a otro hombre, durante dos días seguidos, a través de un populoso Londres. El relato se inicia con la siguiente cita del moralista francés Jean de la Bruyère: “Ce grand malheur, de ne pouvoir être seul” , tomada de su obra Caractères. Dicha cita puede traducirse: “Qué gran desgracia la de no poder estar solo.”

Tras superar una enfermedad no definida, el narrador pasa el tiempo en un café londinense. Fascinado por la multitud que observa pasar a través de la ventana, imagina y deduce por detalles como sus ropas, sus rasgos faciales o sus maneras y actos: su oficio y al grupo al que pertenecen dentro de la sociedad. Al caer la tarde, el cronista se fija en un anciano de escasa estatura, aparentemente muy débil y vestía ropas harapientas. El narrador, lleno de curiosidad, decide dejar el café y seguir a este hombre. Éste conduce al relator por tiendas y comercios, sin comprar nunca nada, hasta acabar en una zona muy pobre de la ciudad, para regresar otra vez al corazón de la misma. La persecución se prolonga a lo largo de toda la noche y todo el día siguiente. Finalmente, exhausto, el narrador se enfrenta cara a cara al extraño anciano, quien, sin darse cuenta de haber sido seguido, pasa de largo. El narrador sospecha, al verlo perderse de nuevo entre la multitud, que debe de ser un terrible criminal, llamándolo “el hombre de la multitud”.

Tal vez Edgar Allan Poe pone de relieve la tragedia del individuo que no sabe estar solo; su “yo” como sujeto pensante y libre, con sus sueños e ilusiones, se diluye en medio de la multitud amorfa en la sociedad de masas de las grandes ciudades. Su personalidad se desdibuja y se pierde, se anula como persona, pues no tiene lo que ofrecer, es un número más del montón. El replegarnos circunstancialmente a nuestra intimidad nos permite tomar distancia de la rutina y adquirir una nueva perspectiva.

A veces la soledad puede enseñar más que cualquier compañía. Como dice Lucy Serrano, “Quien sabe estar solo, nunca está solo”.

Es necesario de vez en cuando cultivar este arte de retiros estratégicos para el relajamiento y la recarga de baterías, la introspección y la posibilidad de, como dice el poeta, “distinguir las voces de los ecos”.  Un espacio para la búsqueda de nuevas soluciones y claridad de propósito.

Los expertos aconsejan esta experiencia, que favorece la creación de hábitos de independencia y libertad personal, y hacen que “la mente no esté influenciada y contaminada por la sociedad”, al decir de Krishnamurti.

Hay también el llamado miedo a la soledad, que es uno de los temores más difíciles, pues se basa en la sensación de abandono y exclusión. No me refiero aquí a fobias agudas de aislamiento, que requieren un tratamiento profesional.

Son quienes se pegan a programas de TV, o a las redes sociales, por ejemplo, con tal de huir de sí mismos y evitar estar solos.

Se trata de la actitud común de gente que se separa de su medio social. En muchas ocasiones la conversación negativa con uno mismo provoca un sentimiento de culpa y auto cuestionamiento por la falta de relaciones: “si hubiese hecho esto o aquello”. O sensaciones de baja autoestima, de no considerarse lo suficientemente valioso para merecer la atención de otros.

Tal vez en el fondo esta postura puede estar expresando un miedo a no ser capaz de salir adelante por uno mismo, al fracaso o a la no consecución de metas vitales, como la de conseguir pareja, formar familia o el éxito social.

Términos anacrónicos como el de “solterón” o de “solterona” afectan sin duda la auto valoración positiva de la persona y refuerzan estereotipos sociales.

Ocurre muy a menudo en las relaciones de pareja en las cuales la decisión de mantenerla se basa no en consideraciones afectivas o aspiraciones genuinas sino en justificaciones tales como: ¿Y si no encuentro otra pareja? Tengo que hacerlo funcionar a costa de cualquier sacrificio. Lo debo hacer por mis hijos y por la estabilidad de la familia, etc. Más allá de la validez intrínseca de estos argumentos, muchas veces reflejan el miedo a quedarse solo/sola, manteniendo un lazo tóxico de dependencia emocional.

En estos casos resulta de utilidad analizar las creencias que están por detrás de estos miedos, y cambiar el chip mental que lo mantiene atascado en esa situación. De ese modo podrá replantearse el enfoque sobre su propia persona, y sobre las expectativas y exigencias tanto en relación a si misma como al entorno.

Lo principal es no desesperar y mirar a los temores de frente, sin amilanarse por los desafíos que la soledad presenta. El paso siguiente es adoptar recursos y habilidades que le permitan mejorar su autoestima y la sensación de autonomía. e independencia.

El ideal es lograr un equilibrio entre interacciones sociales satisfactorias y la capacidad de conectar con nosotros mismos, para pasar así de la soledad al bienestar y el gozo de vivir.

Algunas sugerencias

Identifica tus miedos, haz una lista de ellos, examínalos, reconoce las sensaciones corporales que experimenta tu cuerpo en ese momento. Luego tratas de ir superándolos progresivamente a través de pequeñas decisiones diarias.

Visualiza cada uno de tus temores e imagina que los arrojas uno a uno en un río para que se disuelvan y sean arrastrados por la corriente.

Piensa en tres momentos en los que has estado rodeado/a de gente y te has sentido solo/a. ¿Qué te pasa por la mente ante la soledad? ¿Existen otros miedos que ya has superado? ¿Cómo te has sentido al respecto? ¿Cuál es el precio que piensa estás pagando por aferrarte al miedo?

Anímate a cuestionar creencias y pensamientos comunes en tu entorno, como que eres insuficiente y dependes de otra persona. Considera alternativas más gratificantes y apunten a tu crecimiento personal.

Atrévete a afrontar tus miedos, no uses al otro o a la otra como muleta para rellenar tus huecos interiores. En vez de mantener el statu quo de una relación insatisfactoria busca una compañía genuina con quien compartir un vínculo real y perseguir tus sueños.

Llena tu agenda de fin de semana con cosas que te gusten, te entretengan y enriquezcan la calidad de tu vida. Ello podrá redundar en la mejora de tus relaciones con los demás.

En vez de distracciones comunes (y adictivas) como programas de internet o la televisión, por ejemplo, contempla la opción de una buena lectura de un libro, o la práctica de un deporte o ejercicio físico, disfruta del arte visitando muestras en exposiciones y museos, un film o una obra de teatro o la simple relajación y el descanso.

Aprende a escuchar el silencio, cuidarte, apreciar y agradecer. Trata de aprender cosas nuevas, como asistir a cursos o seminarios de temas de tu interés para mantener a tu ego ocupado y enfocarte en emociones positivas.

“No puedes estar en soledad si te gusta la persona con la que estás solo” dice Wayne Dyer.

No dependas del juicio u opinión de la gente alrededor, recuerda que tu bienestar es tu prioridad “y lo que opinan los demás está demás”.

Otra estrategia es la de interactuar y hablar con tanta gente como puedas, saluda con una sonrisa a personas que se cruzan en tu camino diario, como un taxista o vendedor de una tienda, por ejemplo.

Aprende a compartir sobre ti mismo, anécdotas y preferencias personales, ábrete al encuentro con otros a los efectos de mejorar tu nivel de comunicación.

Contar con una mascota en casa ayuda a paliar el sentimiento de soledad, y reconforta el ánimo. (una ventaja adicional: los animalitos no nos juzgan ni cuestionan nuestros errores).

Crea espacios de soledad que ayudan a ser creativos en la búsqueda de nuevas ideas y propuestas.

Practica la meditación, ayuda a regular pensamientos y emociones, y nos permite escuchar nuestra voz interior.

La meditación “mindfulneess”, por ejemplo, entrena la mente a estar enfocado en el aquí y ahora, dejando de lado inquietudes del pasado o proyecciones del futuro.

En esta línea, el rabí Najman de Breslev sugiere una práctica devocional de la “hitbodedut” que consiste en salir a espacios abiertos como un bosque, por ejemplo, para meditar y orar espontáneamente a solas.

Aprende a disfrutar de la soledad y cultivar un diálogo interno a través de afirmaciones positivas, como ser: doy la bienvenida a la soledad como una oportunidad para el auto-descubrimiento.

Puedo estar conmigo mismo/a y apreciar la calma y la serenidad de la soledad.

Alfonso Ruiz Soto escribe poéticamente sobre la gracia de la soledad.” Quien habita en sí mismo, en su propia luz, alcanza la paz. Habita en tu sol interno: en tu sol-edad”.

Puedes dedicarte a actos de servicio en favor de otros menos favorecidos.

Hay mucha gente obligada a estar sola, en situación de enfermedad, y fragilidad, ancianos y personas confinadas en sus hogares. En muchos centros de asistencia se ofrecen programas de visitantes voluntarios que brindan un acompañamiento espiritual y emocional a personas necesitadas de apoyo y afecto. Ocurre muy a menudo que es el visitante quien sale más animado y agradecido.

Como dice Abraham Ibn Ezra: “No hay nadie más solo que quien se ama solo a sí mismo

Daniel Kripper
Autor de “Vivir con Mayúscula”