Es verdad, la vida no es una carrera, aunque si lo es para mucha gente. El afán de competencia está siempre latente, como así también el ansia de compararse con otros. Lo que importa es demostrar quién es el mejor, para obtener el aplauso y la admiración tanto de seres cercanos, familiares y amigos como de desconocidos. 

Un maestro hindú nos ilustra el punto a través de una metáfora: ¿Acaso se puede decir que el bambú es más hermoso que el roble o que éste es más valioso que el primero? La misma idea que estos árboles se envidien entre sí suena ridícula. Sin embargo, es lo más común entre nosotros, seres humanos.

¿Qué tiene de perjudicial el pretender compararse con el vecino, y superar su marca, o querer las cosas que uno admira y desea del otro?

La sociedad contemporánea incita desde la temprana edad hacia una competitividad desmesurada enfocada no en el proceso o la creatividad sino en el resultado. Ganar cueste lo que cueste, casi en forma obsesiva y automática.

La psicología explica que el impulso de compararse con otros surge generalmente de patrones automáticos, producto de inseguridad y baja autoestima. Se trata de un partido en el cual no se puede ganar, siempre habrá alguien más inteligente, más capaz, más bien parecido, etc. Es sin duda un hábito nocivo que genera celos y frustración. Ya lo decía Theodore Roosevelt “La comparación roba la alegría”. No podemos caer en esa trampa y dejar que nuestra alegría se esfume en comparaciones odiosas e improductivas. Nos fascinamos con el aparente éxito de otra persona cuando en realidad tomamos solo un aspecto de su vida, solo la foto luminosa que esa persona ha subido a Facebook, y lo medimos con toda nuestra vida. La realidad puede ser muy diferente.

Cada persona tiene un propósito único e irrepetible, por lo tanto, de nada sirve idealizar a otros. Enseñan los Maestros de la Cabalá que debemos atrevernos a vernos a nosotros mismos bajo una luz positiva, aprendiendo a sentirnos felices con quienes somos. El verdadero éxito consiste en ser auténticos, en vivir de acuerdo a nuestros valores y nuestro mejor entendimiento.  

Al respecto Buber nos trae esta “confesión” por parte de un gran maestro jasídico: Poco antes de su muerte, dijo Rabí Zusia: “Si me llegaran a preguntar por qué no he sido Moisés, sabría qué contestar. Pero si me preguntaran por qué no fui Zusia no tendré qué alegar”.

Podemos sí adoptar modelos en aquellas áreas que queremos mejorar, e inspirarnos en ellos. El foco sería puesto en lo que podemos aprender de otros, apuntando a nuestro propio desarrollo, y a las cosas importantes en nuestra vida en vez de poner la mirada afuera. 

Idealmente, la mejor comparación es con nuestro pasado más reciente para evaluar nuestro progreso y logros alcanzados, más que en reconocimientos externos. 

“No actúes por reacción a lo que digan bueno o malo de ti. Transforma tu orgullo en dignidad y tu envidia en admiración por los valores del otro”, sentencia Gurdieff.

En conclusión, no se puede ser envidioso y feliz al mismo tiempo. Las personas felices, lejos de compararse con otros aprecian sus propias cualidades y compiten consigo mismos para superarse y ascender en la escala de la realización personal.

Daniel A. Kripper

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