Es un hecho universal que, de alguna manera, todos aspiran a ser reconocidos. Ello es más visible en personalidades públicas como artistas, políticos, autores etc.
Según la moderna psicología, cuando el ansia de fama y figuración traspasa ciertos límites, puede transformarse en causa de serias perturbaciones mentales. Este cuadro se agudiza por cierto en la sociedad posmoderna en cuanto se define al éxito en función del poder, el prestigio y el dinero.

Vanidad de vanidades, dice el Eclesiastés…

Hay una conocida mishná o sentencia de los rabíes, que advierte sobre las consecuencias de una vida orientada por el deseo de notoriedad y brillo social. 

He aquí su traducción y un breve comentario:

Decía Hilel el sabio: “Quien ambiciona la fama la pierde. Quien no progresa es sus estudios los disminuye. El que rehúsa instruirse compromete su existencia. Y aquél que se vale de la corona (del conocimiento) en su propio provecho la desvirtúa.”

Avot I:13 

Un “buen nombre” dignamente ganado es sin duda un bien invalorable, dice Hilel (110 AEC-10 EC). Quien vive obsesionado por “inflar” su nombre está condenado al fracaso. Una reputación creada artificialmente no puede perdurar, la verdad saldrá finalmente a relucir. Esto vale para quienes viven obnubilados por un afán neurótico de sobresalir, y alcanzar el honor y la gloria.

El auténtico prestigio resultante de méritos personales se contrapone aquí a la celebridad pasajera, que embriaga e ilusiona al individuo, haciéndole creer que “ya ha llegado”, que ya no precisa esforzarse; es así que tenderá a dormirse en sus laureles y dejará de crecer. Pues esa es una ley de la vida espiritual: o se avanza o se retrocede. Quien no progresa en su conocimiento o en su espiritualidad, los disminuye.

“Lo que demoró veinte años en aprender puede ser olvidado en solo dos años” dice Avot de Rabí Natan. Quien no aspira a ascender en sus estudios se estanca y se paraliza como ser humano, ya que renuncia a una vida de significado intrínseco.

Por último, Hilel se refiere a quien hace uso indebido de la corona del saber. Quien se vale de la brillantez de la misma para el logro de fines egocéntricos, y alardes de fama o poder, incurre en auto adoración, y arrogancia.

La corona conlleva responsabilidad y debe ser usada con sabiduría de acuerdo con su propósito, que es la elevación del ser humano en todas sus dimensiones.

Se cuenta sobre Catón el anciano (234-149 A.E.C.), el gran estadista romano, que cierta vez recibió a un amigo y admirador que le dijo: “¡Es una vergüenza y una desgracia que aún no exista en Roma una estatua en tu honor”! ¡Me encargaré personalmente de convocar una comisión para llevar a cabo esta obra! A lo cual Catón le respondió: “Me opongo a tu idea, prefiero que la gente pregunte por qué no existe un monumento en homenaje a Catón en vez de asombrarse de que haya uno” …

Daniel Kripper
Autor de “Vivir con Mayúscula”

Puedes subscribirte a mi nueva sección “Cuentos para Despertar” en YouTube. Serie de parábolas y relatos breves de la sabiduría universal que nos ayudan a repensar nuestra realidad y analizar situaciones de vida desde otra perspectiva.