Un hombre estaba caminando por las montañas simplemente disfrutando del paisaje cuando al pisar demasiado cerca del borde de la montaña resbaló y comenzó a caer. Desesperado, extendió la mano y se agarró de una rama de un arbolito quebradizo que colgaba de un lado del acantilado.

Lleno de miedo nuestro hombre evaluó su situación observando la profundidad del precipicio. Si se deslizaba de nuevo iba a una muerte segura.

Aterrado gritó: «¡Ayúdenme!» Pero no hubo respuesta. Una y otra vez gritó sin éxito. Por último, gritó, «¿Hay alguien ahí?»
Una voz profunda respondió: «Sí, estoy aquí.»

«¿Quién es?»
«Es el Señor»
«¿Me puedes ayudar?»
«Sí, te puedo ayudar.»
«Ayúdame por favor!»
«Suéltate».
Mirando a su alrededor el hombre se llenó de pánico. «¿Cómo?!”
«Déjate ir. Yo te voy a agarrar.»
«Uh… ¿Hay alguien más ahí arriba?»

Esta graciosa historia ilustra sobre el universal miedo a la caída, al fracaso, a la derrota, a la desaparición. Nadie está a salvo de estos miedos, ni aun los más valientes…La gran diferencia es que éstos logran mantener sus miedos bajo control. Ellos poseen la convicción de que hay cosas que sobrepasan al miedo y por eso son capaces de derrotarlo.

En conclusión, una cosa es experimentar temores y otra muy distinta es volverse temeroso.