Vivimos acelerados, y esto no es algo nuevo, ya viene ocurriendo desde hace bastante tiempo. Como ha sido expuesto por expertos, el problema es que vamos cada vez más rápido a ninguna parte. La tecnología actual, que tanto ha contribuido al bienestar y confort, no ha traído aparejado un mayor sentido de libertad; por el contrario, en muchos casos se vive bajo una presión que estresa y agota. Se tiende a absolutizar al trabajo, el 24/7 como algo normal, y todo lo demás, como familia, amigos y actividades de crecimiento personal, es relegado a un segundo plano.
Debemos al eminente filósofo surcoreano afincado en Alemania Byung-Chul Han un lúcido diagnóstico de la vida actual en la sociedad posmoderna.
En su “El aroma del tiempo, un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse” Han demuestra hasta qué punto vivimos desmesuradamente apurados y desorientados. En nuestra experiencia diaria nos confrontamos con la fragmentación y atomización del tiempo; todo se transforma en efímero y fugaz, nada parece durar. El tiempo se mueve sin sentido, como a los tumbos; por eso Han-de un modo poético-dice que el tiempo no tiene aroma. Sin rumbo ni trayectoria los acontecimientos son trozos inconexos. Él sostiene como ideal el demorar la marcha e integrar dentro de la vida activa momentos de contemplación y recogimiento, momentos de no hacer. De esta forma la vida conserva su encanto al ganar tiempo y espacio, duración y amplitud. Se trata nada menos que de un viraje de mentalidad que restablezca las prioridades y valores que dignifican a la condición humana.
Se puede percibir una anticipación de esta idea en la inspirada expresión de Abraham Joshua Heschel sobre el shabat como “santuarios en el tiempo” ¿Qué es el shabat preconizado en la Biblia hace miles de años si no un alto en el tiempo, y un abstenerse de actividades instrumentales y productivas? Dígase que el tiempo es en la Torá de carácter variable. No hay dos horas iguales, cada hora es única e irrepetible.
Heschel decía poéticamente que el trabajo es un oficio, pero el descanso perfecto es un arte. “El arte de guardar el séptimo día es el arte de pintar en el lienzo del tiempo, la misteriosa grandeza del momento cuando Dios concluyó su obra de creación”.
Heschel destaca el ideal judío de santificar el tiempo a través de rituales celebratorios, un día de goce tanto para el cuerpo como para el alma, una fiesta del espíritu. (“El Shabat y el hombre moderno”).
En este sentido, una iniciativa inspirada en el shabat tradicional que me parece muy propicia y digna de encomio, proviene llamativamente no de instancias religiosas, sino de personas del mundo de internet. Me refiero al llamado Tech Shabbat o Shabat Tecnológico (o sería mejor llamarlo shabat libre de tecnología), término que fue acuñado en los Estados Unidos en el 2010 por la productora de cine y pionera de internet Tiffany Shlain y su esposo Ken Goldberg, profesor de robótica de la UC Berkeley y adoptada luego por muchas otras figuras de ese ambiente. La propuesta consiste en el cese del uso de cualquier tecnología con pantallas, tales como computadoras, iphons, tablets y televisión.
Durante un shabat tecnológico todas las pantallas están apagadas durante 24 horas, y muchos de los que lo han adoptado han elegido el viernes por la noche hasta el sábado por la noche. Las alternativas sugeridas a la tecnología incluyen actividades como leer libros, caminar, visitar nuevos vecindarios, participar en actividades al aire libre y escribir un diario.
«Internet es un vórtice», dijo la escritora de Portland Tammy Strobel a un periodista. “Me puedo perder por horas. Y el tiempo es algo que nunca podremos recuperar”.
Yo me pregunto: ¿quién no está libre de esta nueva adicción, que, como otras, nos cautiva y esclaviza?
A menudo la vida es un perfume cuyo aroma se pierde en el tiempo. De nosotros depende que se conserve en toda su esencia y fragancia.
Daniel Kripper